Pasaron varios días que fueron una tortura para él. La mujer
iba y venía con sus cuidados. Y le dejaba hacer a gusto. La idea era que ella se
sintiera a gusto cuidándolo y cuando se descuidara, actuaría.
Los días se tornaron en semanas y las semanas en meses. No
tenía posibilidad de salir, estaba enclaustrado, casi parecía la película
Misery. En donde el tipo postrado vivía a merced de la desquiciada.
El tiempo lo “mataban” hablando, ella le llenaba la cabeza
con las ideas locas que tenía de vivir juntos en Rosario y que ella le curaría
su enfermedad para vivir así, felices y juntitos.
El le daba la razón.
De a poco, progresivamente fue metiendo en la conversación,
detalles. De los cuales ella tomaba como verdaderos. Aceptación de la
situación. Ella era lo único que él necesitaba en la vida.
Y dejó que lo creyera.
Necesitaba alejarla de lo más valioso que jamás había tenido
en la vida, Carolina.
El se jugaba la vida, la entregaba por ella. Algo que la
muchacha jamás entendería. Aunque leyera estas líneas, no entendería nunca el
porque de su partida.
No porque ella fuera tonta o algo parecido, era demasiado
inteligente como para comprender los actos simples y homicidas de él. Pero
mejor así.
Ella podría y continuaría su vida como si ese hombre no
hubiera existido en su vida. Y él, daría la suya para que ella pueda creer
esto.
Carolina había sido mucho más que una bocanada de aire
fresco en su asquerosa vida, era el oasis que no había esperado. Era el amor
puro que entre la sangre derramada no habría encontrado jamás.
Como si fuera la película misma, también buscaba un motivo
para escapar, pero no solo eso haría. Su escape también sería la derrota de la
loca.
Mientras su enfermedad lo postraba cada día más, pensaba y
tanteaba el terreno para el combate final.
Una noche le propuso que sería bueno festejar con una cena
romántica, el encuentro que había resultado luego de la persecución entre
ambos. Ella por supuesto que le miró entrecerrando los ojos en total
desconfianza. Pero la mirada de él era tan dulce que enseguida se rió como una
nena esperando un regalo. Más tarde de noche le acomodó en la silla de ruedas y
fue sirviendo la comida. Las dos copas de cristal vacía adornaban como único
centro de mesa. Una botella de vino tinto sin abrir invitaba a saborearlo. Con
una mirada le pide permiso para abrirla mientras ella servía la comida. Luego
de la aprobación que recibió con un beso, llevó la botella a sus piernas para
no hacer mucha fuerza para quitar el corcho.
Minutos después comían y ella daba charla sin parar. A todo
esto el asesino solo la miraba con una sonrisa. Bebieron todo el vino, él
llenaba los vasos continuamente mientras comían.
El dolor de estómago comenzó instantes después del último
trago. La copa se deslizó de sus manos y se estrelló tintineante contra el
piso. La mujer le miró incrédula antes de caer sobre la mesa desparramando
platos y cubiertos. Una mano quiso llegar hasta la botella vacía. Pero la
muerte llego antes.
Aunque mareado y respirando las últimas bocanadas de aire,
se arrastro hasta la mujer y puso en su mano la bolsita con veneno que tenía
escondido entre sus ropas que le había comprado a aquel hombre meses atrás.
Tenía que asegurarse que ella moriría llevándose toda su
locura.
Le costaba respirar, la obscuridad ganó su mente. Y la vida escapó
de su cuerpo.
Semanas después la policía alertada por los vecinos por los
olores nauseabundos que salían de la casa, irrumpieron y encontraron la tétrica
escena.
La última cena de dos amantes suicidas.
Así dijo el comisario a los medios.
Caso cerrado.
Gracias, con el corazón por compartir ,creo que fue el final que se merecía la historia, mis respetos escritor y un abrazo grande .
ResponderEliminarHola y gracias por seguir la historia.
EliminarDos años escribiendo, menos mal que lo empece cuando ya habias terminado de escribirlo Gordo Gay si no te hubiese hinchado los quinotos para que sigas escribiendo.
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