martes, 8 de enero de 2013

18º CAPITULO



La sombra que seguía a todas partes a su amigo muerto se llamaba Miguel y era igual a él. Era la sombra que nadie ve, que nadie escucha, la sombra que solo se presiente cuando ya es tarde.
Quedaron en encontrarse en una plaza, estos puntos de encuentro eran lo mejor que podían tener. Al aire libre y podían ver la gente que circulaba.
El hombre era frío, pero sus ojos demostraban el deseo de venganza. Pero la venganza es un plato que se come frío dicen. Así que estudiaban el papel que tomaría en la historia. Estaba todo preparado, solo faltaba que la actriz principal llegara a la cita que ellos mismos iban a imponer.
A pesar de ser una asesina despiadada y muy cuidadosa, los dos sabían muy bien quien sería la carnada para sacarla de su escondite. Aunque sabían que jugaban con la vida de Carolina, no tenían otra forma para hacerla caer en la trampa.
Carolina era ajena a todo esto, ella paseaba feliz de la vida. Se entretenía sacando fotos y pensando en el encuentro con el hombre que le había devuelto las ganas de amar. Caminaba y sonreía, en su cuerpo aún quedaban las huellas de la noche anterior. Hasta ahora no había sentido tanto placer, habían pasado hombres por su vida, pero no como él.
Aunque seguía siendo un misterio, ella esperaba que el tiempo ablandara ese corazón para dar paso a la ternura y protección que necesitaba. Todavía no sabía que hacía el en Buenos Aires, pero en realidad no le importaba mucho, con el tiempo todo encajaría perfectamente.
El microcentro de Buenos Aires no es un microcentro, es todo un mundo. Miles de negocios uno al lado del otro, donde se disputan la mercadería junto con los precios. Los vendedores ambulantes o los manteros llenaban los espacios vacíos en la calle y para terminar de adornar el paisaje de cemento estaban los que ofrecían descuentos para comer en las parrillas y los bailarines de tango.
Aquí estaba Carolina embelezada con su cámara fotográfica, cada postura era fotografiada con el mismo esmero que si estuviera enfrente a una pintura en el Louvre. El calor y el sudor que corría por su cuello no le molestaban, aunque el calor del suelo quemaba sus piernas blancas y perfectas ella no lo sentía.
El poder que sentía a través del lente de la cámara le enfriaba el cuerpo llevándola a un estado casi de trance.
Solo se distrajo un momento cuando una mujer le pidió fuego para un cigarrillo, revolviendo en su bolso encontró un encendedor mientras la mujer se agachaba para a cercarse a la llama. Dio una pitada larga y mirándola a los ojos le da las gracias.
La mirada de esa mujer incomodó un poco a la muchacha, luego que se fue trató de  hacer memoria por si ya la había visto paseando por microcentro. La cara le resultaba familiar. La vió perderse entre la multitud y aún la seguía mirando cuando la extraña se da vuelta, sus ojos se encontraron. La sonrisa que le ofreció le causó escalosfríos. El momento pasó y ya no la vio más.
Entró a un café a tomar algo fresco y mientras esperaba un jugo natural que pidió, recorrió las fotos que se guardaron en la memoria de la maquina. Las miró una por una, cientos de fotos sacadas, hasta que llegó a las de la Recoleta. Un pequeño temblor llegó a sus manos cuando encontró en una foto de un mausoleo que tenía dos preciosas esculturas de mujer. En el fondo se veía a la mujer que le pidió fuego mirándola fijamente. Hizo zoom a la imagen para verla más de cerca, la sonrisa que se veía era tétrica, la sonrisa que tiene una persona que tiene algo en mente para hacer y que no es bueno.
Siguió recorriendo las fotos, la cámara de fotos cayó de sus manos a la mesa. En la foto se veía la puerta vidriada de una tumba antigua, en ella se reflejaba la cara de la mujer, el odio de esos ojos le atravesaron el alma.