Mientras esperaba en el pasillo acariciaba su abultado
vientre. Las mujeres iban y venían con sus parejas, todas sonrientes. A pesar
de estar sola, ella también sonreía. −Carolina Durante, se escucha por el
altoparlante de la clínica de maternidad. Hacía un tiempo que usaba el apellido de él también. La muchacha se levanta con dificultad
y es acompañada por una enfermera hasta el consultorio del obstetra. Había
tomado la costumbre de hablarle a su panza. Hasta ese momento no sabía el sexo,
digamos que en las ecografías por la posición no era posible ver, así que
seguía intentando.
Un rato después salió de la clínica, contenta a paso firme.
Caminó hasta la plaza más cercana. Por el camino compró un alfajor y ya sentada
en un banco de la plaza comenzó a degustar el dulce con una mano, en la otra
una cámara de fotos, con la cual hacía equilibrio para tomar unas imágenes del
lugar. Cuando se cansó de la fotografía empezó a hablarle a su panza mientras
la acariciaba con las manos. No podía dejar de sonreír.
−Así que sos un varoncito ¿eh?, te vas a llamar Gabriel,
como tu papá −le dice la futura mamá.
El sol de la tarde brillaba cálido, la luz le abrazaba, le
daba cobijo.
Ella pensaba y planeaba todo lo que haría para ese hijo que
crecía dentro suyo. El mejor colegio, las mejores cosas para que creciera bien,
sin faltas ni necesidades. De eso se había ocupado el padre. Meses después de
la confesión y la posterior partida de él. Una firma de abogados se había
contactado con ella para informarle de la muerte de su cliente y que le había
dejado a su nombre una casa y todo su dinero, que era considerable. También se
convirtió en dueña de un libro de memorias, aún sin publicar con órdenes
expresas de su edición luego de la muerte de su autor. Este libro se llamaba
“Diario de un estudiante de criminología”.
Unas pataditas en su panza la sacaron del sopor de sueños y
recuerdos. Calmó los ímpetus con un pedacito de alfajor, en realidad ella
necesitaba el chocolate y por ende el bebé se calmaría con su sosiego.
Sacó unas fotos más y guardó todo en su bolso.
−Vamos Gaby −le dice a su vientre mientras le da unas
palmaditas con amor. Tu abuela Marina nos está esperando en casa y Dago debe
estar desesperado por unos mimos.
Comenzaba el ocaso, el sol se escondía tímidamente. Con la
promesa de volver al otro día para abrazarlos de nuevo con su calor.
Como los amantes con su amor eterno.
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