Presintió
que le seguían, aminoró el paso para mostrarse despreocupado, luego de la noche
con Carolina su mente no pensaba en nada más que ella. Pero toda su experiencia
volvió como un mazazo a los sentidos. Agudizó el oído y solo podía escuchar el
viento en los árboles de las veredas. La plaza en al que pasaba las tardes
estaba cerca, era preferible encaminar sus pasos hasta allá, mejor estar en
terreno conocido que llevar a algún ladrón oportunista hasta la pensión donde
vivía.
El
bastón que usaba era muy evidente y supuso que para quien le seguía era
sinónimo de fragilidad. Suspiró de alivio al ver la esquina adornada de césped
y árboles, se paró en la vereda para buscar algo en los bolsillos y luego
siguió caminando. En la mano tenía una pequeña cámara la cuál apuntó hacia
atrás, en la otra tenía su celular que le mostraba la imagen en un verde
brillante de la persona que le seguía de cerca. La sorpresa no fue confirmar
que alguien estaba detrás de sus pasos, si no que era una mujer lo que le
mostraba la pantalla. Pensó unos segundos que fueron eternos para él, atravesó
el parque y en la bajada de una loma pudo correr a tropezones por culpa del
bastón hasta unos arbustos sabiendo que no le podría ver ahí. Cuando la figura
llegó a la cima se frenó en seco, miró a los costados buscándolo, pudo ver como
se encogía su cuerpo sabiendo que era observada de algún punto.
No
tenía miedo, tenía curiosidad, evidentemente no era un ladrón, escuchaba los
autos pasar por la calle, en el lugar donde estaban no se podían ver ni las
casas ni la calle, estaban en medio del parque, solos.
La
mujer era rubia, con un sobretodo largo hasta las rodillas, pero no podía
distinguir su rostro, un pequeño farol estaba detrás de ella arrojando una
sombra fantasmagórica que le cubría el rostro.
Sintió
en ese cuerpo distante furia contenida, lo podía sentir en los imperceptibles
movimientos de los hombros y las manos. Tuvo la sospecha, casi certeza que esa
mujer lo había elegido como víctima, no podría ser otra que quien cometía los
asesinatos. Pensó y pensó, pasaron los minutos y en su mente se contenía para
no salir del escondite y enfrentarla, pero estaba en desventaja. Cada vez que
cometió un asesinato estuvo planeado, preparado hasta en los ínfimos detalles.
No dejaba nada al azar. Este caso era distinto. Él era la presa.
Comenzó
a retroceder despacio, no quería dejar de mirarla para no perder el punto en
donde se encontraba, así retrocedió en cámara lenta hasta que llegó a la calle,
un taxi solitario que pasaba por ahí se acercó a su tímido llamado con el
brazo. Una vez dentro pudo respirar, había contenido la respiración tanto que
solo se sentía el jadeo de un maratonista al terminar la carrera.
-¿A
dónde? Preguntó el hombre.
- A
cualquier parte, contestó.
Necesitaba
pensar y calmarse.
En al
radio sonaban música lenta de los ochenta. Recordaba que años atrás también se
había convertido en presa y estuvo acorralado. Pero eran hombres que no estaban
preparados para matar. Esa mujer si.
Mientras
sonaba la música el taxista le daba charla sobre el clima y el dólar. Pero él
no escuchaba. Cuando arrancaron miró hacia atrás y creyó ver una silueta que
desde la vereda los vio partir. Era la primera vez en su vida que no sabía que
hacer. Cuando al fin decidió ir a la pensión tenía en mente una idea, era solo
una idea, una corazonada.
Las
luces en al casa de la dueña estaban apagadas, pero en cuanto cruzó el portón
de rejas una luz se encendió y la cara de Claudia apareció en la puerta.
-¿Le
pasó algo? Le pregunta mirando su pierna.
La
renguera era intensa, el dolor le atravesaba la pierna, el bastón soportaba
todo su peso completo a tal punto que se dobló ligeramente.
-¿Está
usted bien? Vuelve a preguntar con cara de preocupación y abriendo la puerta
completamente de la casa.
-
Venga, pase y me cuenta que le duele.
Ni
siquiera lo pensó, aceptó sin decir una palabra.
- Tropecé
y caí en la vereda. Es que no vi las baldosas flojas.
- Si
necesitaba algo me hubiera pedido para que yo vaya y no le pasara esto. A mi no
me molesta.
- Es
que me entretuve en el centro paseando.
- En
Rosario pasa eso, cuando uno menos lo espera ya es de madrugada – le dice
mirándolo fijamente.
-
Acuéstese en el sillón que le hago un masaje con aceite relajante.
Dicho
esto desapareció en la habitación, casi al instante reaparece, como si temiera
que él se marchara.
-
Quítese el pantalón – le ordena.
Como
niño que es encontrado en falta, pone cara de vergüenza y se baja el pantalón,
las manos de ella terminan el trabajo quitándole los zapatos.
Cuando
comenzó a acariciar suavemente su pierna un suspiro de alivio recorrió su
cuerpo y escapó por su boca.
- ¿Vio?
Mis manos son mágicas. Soy muy buena con las manos –le dice sin doble sentido.
-
Estudié para masajista, pero abandone en el último año, el dinero no alcanzó y
al heredar la pensión que era de mis padres ya no pude seguir estudiando.
- Me
alegro –le contesta riendo, si no esta noche no dormiría del dolor.
-Mientras
el músculo se calienta por el masaje le preparo un té, usted descanse, ninguno
de los dos tenemos apuro –dice mirándolo fijamente.
Mientras
escuchaba el ruido de las tazas y la pava en la cocina, tuvo un momento para
pensar en lo sucedido. En eso estaba cuando ella sale de la cocina y se
encamina a su habitación. Rato después vuelve a la cocina.
El mira
y piensa.
Cuando
Claudia abre la puerta pudo ver que tenía puesta una bata larga, pero al
dejarlo entrar se abrió apenas y pudo ver debajo un vestido escotado que dejaba
sus pechos casi al aire. Y aunque la casa estaba casi en penumbras apenas
iluminada por una lámpara al lado del sillón, vislumbra unas medias negras de
red.
La
mujer trae el té y las tazas en una bandeja que deposita sobre la mesa ratona,
se sienta a sus pies en la pequeña alfombra mientras prepara las cosas de la
bandeja.
Se
sonríe al ver que la bata que lucía ahora era de encaje transparente en el
pecho y que no dejaba nada a la imaginación, en ese segundo pudo ver todo lo
que ella le quería mostrar. Pero ella no se percató de la sonrisa. Le ofrece el
té de frutillas y se lo endulza.
No
podía dejar de pensar en la ropa que llevaba cuando lo recibió.
Mientras
tomaban el té conversan sobre su pierna que ya estaba mucho mejor y sobre el
estado de las veredas. Era una conversación frívola, sabía que ella esperaba la
oportunidad para ofrecerse. Su cuerpo destilaba sensualidad, la bata
transparente revelaba su excitación. Pero él no era tonto, era muy precavido.
Termina su bebida, le da las gracias y con la excusa que es tarde se levanta y se
va agradeciéndole los masajes mágicos.
Claudia
lo despide abrazándolo y dándole un beso en la mejilla, para él duró un segundo
el saludo, para ella fue una eternidad abrazarlo.
Se
quedó ahí en la puerta, viéndolo como subía trabajosamente la escalera, su
corazón latía rápido, en la boca tenía el sabor de la excitación contenida.
Ya en
al cama, el hombre daba vueltas intentando dormir. Cuando el amanecer llegó, él
seguía pensando en los pelos rubios que había encontrado en el sillón.