jueves, 22 de noviembre de 2012

14° CAPITULO



Su cara se trasformó en una máscara de odio, sus ojos verdes destilaban furia. El hombre frente a él tuvo miedo, instintivamente toco la culata de su pistola que estaba en la sobaquera. Esta acción no pasó desapercibida por el asesino. Le miró unos segundos interminables en los cuales ninguno de los dos parecía respirar. Un grito nació de su garganta, era un sonido gutural que le hizo temblar todo su cuerpo. Sus manos se crisparon y se transformaron en puños cerrados con tal fuerza que los nudillos se pusieron blancos.
Lo que sufría por dentro no podría explicarlo con palabras, solo basta decir que toda insinuación de humanidad murió en ese momento.
La transpiración corría por su rostro endurecido por la noticia de la muerte de su amigo. La asesina le había seguido y solo para demostrarle su poder absoluto había cometido el crimen, para mostrarle el alcance de su mano.
-¿Su mujer…? Preguntó sin emoción, quizá esperando lo peor.
-Ellas están bien, las llevé a un lugar seguro –contestó el hombre, asombrado con la celeridad que el semblante del lisiado pasó de la furia a la frialdad sin emoción.
-Los dos sabemos lo que hay que hacer –agrega tocándose la sobaquera.
El asesino le mira una vez más, sus ojos parecían mirar más allá. Saca un anotador en donde escribe el número de su celular.
-Seguro que dejó algo para mí, buscá en su escritorio. Mañana me avisás, necesito pensar –le dice y se va rumbo al hotel, en donde podía estar solo con su mente.
La noche la pasó en vela, su cerebro agotado se durmió ya entrada la mañana. Al despertar al mediodía se acordó que debía llamar a la clínica.
Luego de acodar una cita con el médico, baja al restaurante del hotel para comer algo, en la soledad de su mesa, la comida se enfriaba en el plato, no podía comer ni pensar, estaba en blanco. Luego de pagar toma un taxi hasta el Instituto Fleming, al cual iba seguido para control y cirugías de su enfermedad. Por suerte esperó poco tiempo a que lo haga pasar al consultorio.
La cara del médico parecía la del apostador del póker, no se podría adivinar que pensaba.
-Los resultados no son buenos –le dijo sin emoción.
El médico se tomó su tiempo para que el paciente tomara conciencia de las palabras que iba a decir, no era la primera vez que lo hacía, pero con el paso del tiempo había aprendido a separar los sentimientos que tenía con sus pacientes para poder atenderlos objetivamente.
-Los tumores se extendieron, pasaron de los nervios a las partes blandas.
-¿Es operable? –le preguntó de la misma forma que el médico. El también había aprendido a separar los sentimientos.
-En este caso no, lo siento mucho –dijo suspirando por la bronca que casi no podía esconder. Era otro paciente que perdía.
-¿Cuánto me queda? –preguntó valientemente.
-Si continuamos con la quimioterapia y empezamos con la radiación…unos seis meses.
El hombre se levanta y extiende su mano al médico.
-Gracias doctor, adiós.
El médico admiró a ese hombre, miró su espalda ancha cuando traspasó la puerta de su consultorio y se imaginó el peso que cargaría con tal noticia. La forma en que lo tomó no era común, la mayoría rompía en lágrimas. A veces lo insultaban y pedían más estudios y segundas opiniones. Pero lo inevitable es inevitable.
Se sentó en su cómoda silla y por el intercomunicador le avisa a su secretaria que suspenda los turnos por ese día. Necesitaba un trago, de un cajón de su escritorio saca un vaso y una botella y después de tomar el segundo trago se tranquiliza.
-Cáncer de mierda –dice tirando el vaso contra la pared.
La niebla que había en su mente se disipó, la claridad volvió a él. Rengueando con su bastón sale de la clínica y se cruza al kiosco de enfrente, compra un helado y se va degustando el sabor de la crema helada mientras esquiva a la gente.
Este era el capítulo final de su vida, la etapa final. Pero como siempre, estaría preparado. Antes de terminar su helado ya sabía que haría y como, solo restaba saber que haría ella.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

13° Capitulo



Carolina no sabía cómo manejar la situación, lo que había vivido era tan fuerte que no podía sacarlo de la mente. Ese hombre lisiado que parecía tan duro, en realidad había sido tan dulce con ella que quedó desconcertada. Lo que sentía por él era limpio y puro, pero sabía por experiencia que esas historias nunca terminaban bien. Mientras esperaba que su hija saliera de la pileta su cabeza volaba hasta esa noche mágica. Tenía aún en la piel la sensación de sus manos recorriéndola y acariciando cada rincón de su cuerpo. Un escalosfrío para los sentidos fue para ella.
Cuando se fue, ella se quedó envuelta en las sábanas rogando que no desapareciera de su vida, como ocurrió tantas veces con otros hombres. Pero era distinto, presentía que era especial ese hombre, pero que escondía algo, en un momento ella le miró a los ojos y vio como ese hombre se despojaba de sí mismo para dar paso al verdadero hombre que había detrás de ese ser duro y distante.
Vio su alma.
El sonido del celular la despertó del ensueño. Temblando comenzó a buscar el aparato en su bolso y rogando que no corte antes de tomarlo.
— ¿Hola? —dijo entrecortadamente por la ansiedad.
— ¡Hola! —respondió el hombre amigablemente.
—Ufff, pensé que no llamarías nunca.
—Jaja, ¿Cómo no te iba a llamar?, te dije que en cuanto me desocupara de unos asuntos pendientes me contactaba con vos.
—Es que tenía miedo que desaparecieras —dice casi sollozando la mujer.
—No te preocupes, en un par de días vuelvo y hablamos.
—Camila pregunta por vos —le largó como una bala, a las cuales el hombre estaba acostumbrado a disparar, pero no a esquivar.
—Yo también la extraño dijo riendo.
—Parece que las dos te extrañamos —le espetó sin ningún tipo de freno a la ansiedad en su voz.
El hombre esperó unos segundos antes de contestar, solo se escuchaba la respiración agitada de la mujer del otro lado del celular.
— ¿Hablamos cuando vuelva? —se lo preguntó casi con timidez.
—Está bien, en la cena será, cuando vuelvas. Me compré un vestido pensando en vos
—Yo te compre uno aquí —y la risa de los dos apagó la ansiedad.
—Nos vemos en un par de días, te aviso apenas llegue allá.
El hombre cortó la comunicación, aunque dejó unos segundos el celular sobre su oreja, como queriendo escuchar aún la voz.
Ella guardó su celular, una lágrima cayó sobre su bolso y mientras buscaba un pañuelo para que su hija no viera las lágrimas.
—Te amo —dijo suavemente, pensando en él.

jueves, 8 de noviembre de 2012

12° CAPITULO



La habitación estaba tan fresca que no daban ganas de salir, pero su pierna le pedía a gritos un poco de ejercicio. Cuando sale del hotel pudo sentir en todo el cuerpo el golpe de calor abismal, parecía que el infierno había cambiado de domicilio y ahora estaba en Buenos Aires. Atardecía pero el fresco nocturno se hacía desear. Encaminó hacia la plaza Almagro que le quedaba cerca. Mucha gente se congregaba por distintos motivos, algunos paseaban a sus perros, otros corrían, los padres con los niños en los juegos y nunca faltaban los vendedores de ilusiones que vociferando ofrecían desde molinetes para los más chicos hasta helados y garrapiñadas para todo el mundo.
Dio un par de vueltas a la plaza y luego se sentó en un banco a descansar y pensar. Estaba esperando el llamado de su amigo para que le dé el expediente, sus expectativas eran muy altas, tenía un atisbo de sospecha de quién era y el porqué del modus operandi del asesino.
Tanto tiempo estuvo en ese estado de pensamiento profundo que no se dio cuenta que hacía tiempo había cerrado la noche. Poca gente quedaba en la plaza.
Cruzó enfrente en donde había una fiambrería artesanal muy buena y barata, compró baguette y unos salamines para acompañar con una cerveza. Caminando por el empedrado muy despacio, teniendo cuidado en donde apoyaba el bastón. Las calles de Baires eran muy peligrosas.
Estando ensimismado con los pozos y los pocos autos que transitaban el barrio tuvo una epifanía. Alguien lo seguía, no era una sospecha, era real. Los pelos de la nuca se le erizaron, era una sensación nueva para él, sentía miedo. Se frenó en seco en una esquina y comenzó a sudar frío en la frente, no sabía qué hacer. Si le seguían, era porque sabían donde vivía, jamás sería algo casual y no era un ladrón circunstancial. El que venía detrás de él, era alguien que estaba acostumbrado a seguir.
Tanteó el bolsillo del pantalón sabiendo que la pistola que buscaba la había dejado en el hotel. No había forma de escapar.
Cambió el rumbo y subió un par de cuadras como para despistar que iba al hotel, quizá tendría un cómplice que estuviera esperando que llegara. A media cuadra de donde estaba había un volquete lleno de bolsas de basura, a pesar de estar tan lejos el aire le llevaba el aroma inconfundible a podrido, en su mente soltó una maldición hacia el jefe de la ciudad que no le pagaba los sueldos a los basureros.
Al llegar a la montaña de basura pude ver que de una bolsa rota y desparramada en el piso asomaba una botella de vino rota, al pasar aprovecho el escudo que le hacía el volquete se agacha y toma un pedazo de vidrio. Sigue caminando como si nada, cruza por la mitad de la cuadra y cuando la obscuridad de los árboles y la falta de electricidad de esa cuadra le dan cobijo se frena de golpe y mira hacia atrás.
Un hombre de mediana edad caminaba a veinte metros de distancia mirando en dirección en donde él estaba. Pudo ver como su cabeza se ladeaba a un lado y al otro buscándolo, se paró y retrocedió hasta la pared de un edificio en estado de alerta.
Recién ahí pudo observar atentamente  a su perseguidor. Amparado en la obscuridad se sentía seguro, pero si el hombre decidía avanzar le vería.
Los dos estaban en una encrucijada, podrían estar horas así esperando quien daba el primer paso de salir o enfrentar. Como el dicho dice “el que pega primero pega dos veces”, decidió ser él quien avanzara.
Salió a la luz de la calle y avanzó directamente hacia el hombre. Envolvió en su mano la bolsa con las compras como para usarla de escudo, como antiguamente hacían los gauchos con el poncho cuando debía usar el facón en alguna trifulca.
El otro reaccionó enseguida y con el brazo apuntando hacia el suelo salió a su encuentro.
Se dio cuenta que de ese brazo pendía un arma corta, por eso lo llevaba casi inmóvil.
Estando a dos metros pudo reconocer al hombre que mientras comían una pizza con su amigo unos días atrás le observaba sin disimulo.
El hombre no movió ni un milímetro su arma, solo apuntaba al suelo, demostrándole que no le mataría, pero que si quería lo podría hacer. Esto lo sabía, porque él mismo había tenido esa actitud cientos de veces.
—Tenemos que hablar —le dice, mientras guarda el arma en la sobaquera.
El lisiado mira su bolsa con el pan y los salamines, suspirando por la pérdida arroja la bolsa en el contenedor de mugre y se va con el desconocido, rengueando y secándose el sudor de la frente. Una farmacia cercana marcaba treinta y siete grados de temperatura en un cartel.
—Maldita Buenos Aires —dijo en voz alta.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

11° CAPITULO



—Te llamo para recordarte que no me contestaste algo que te pregunté.
—A ver, decime que es –le contestan del otro lado del teléfono.
— ¿A cuántos liquidó la supuesta asesina? –pregunta entrecortadamente, casí sabiendo la respuesta.
Se escucha un bufido de frustración de parte del policía.
—Oficialmente cinco.
El silencio entre los dos se extendió unos segundos.
— ¿Extraoficialmente?  —le pregunta suavemente, casi sabiendo el número que va a escuchar.
—Unos veinte –contesta y el comisario corta la llamada con otro bufido de bronca.
Recordarle que habían quedado tantos asesinatos sin resolver, enfurecía al hombre. Se puso en la boca dos tabletas masticables para la acidez, su úlcera había reaparecido en cuanto su amigo le llamó para avisarle que estaba en Buenos Aires. Las masticó disfrutando el alivio que le daban a su pobre estómago.
Miró por la ventana de su oficina, veía la gente caminar con fastidio por el calor, esquivándose para no chocar en ese mar de gente que eran las calles. Tomó su celular y llamó.
— ¿Qué querés que haga?
—Dale lo que pide, pero vos sabés como va a terminar todo —Contesta la voz del otro lado.
— ¿Es necesario? Los dos sabemos con quién nos arriesgamos –le dice con miedo.
—No te preocupes, podré manejarlo.
— ¿Cómo la última vez que se te escapó? –contesta entrecortado por la risa nerviosa.
—Si se entera de esto,  soy hombre muerto, no me lo perdonará ni siquiera como amigo que soy de él.
—Cagón de mierda, ¿te olvidás con quién estás hablando?
—No me olvido, ese es el problema.
—Mirá Luis, a pesar de todo sigo siendo tu hermana.
—Y te protegí todo este tiempo, ¿o te olvidás que tapé todo lo que hiciste acá? –dice el comisario furioso.
—Por eso me fui a Rosario, te dejé en paz.
—Sos una mierda pero seguís siendo mi hermana, pero esto es cosa tuya. Y si llegás a hacer algo acá te mato yo mismo.
—No me amenaces porque sabés lo que soy capaz de hacer. Ahh, otra cosa –dice como al pasar— las nenas están grandes, las vi jugando en la plaza hoy, tu mujer sigue tan linda como la última vez que la vi –le dice riendo.
El silencio del teléfono al cortar la comunicación la mujer, fue apabullado por el ruido de sus latidos que ensordecían sus oídos.
Se quedó mirando el celular, no sabía qué hacer. Se sentó en el sillón y mirando la placa en su mesa que decía comisario inspector comenzó a temblar. Se fumó cuatro cigarrillos, uno detrás del otro. Abrió un cajón del escritorio y sacó la cuarenta y cinco que tenía desde que se recibió de policía, nunca la había usado, pero ahora la usaría para matar a su hermana, la decisión estaba tomada, era ella o su familia.
Tomó su saco y dejó un archivo en mesa de entradas para que lo envíen por correo, bajó por las escaleras del edificio y se encaminó hasta el auto que estaba estacionado en el garaje subterráneo. Tuvo un escalosfrío, presintió que lo observaban. Apuró el paso, las llaves estaban en su mano izquierda, porque en la derecha tenía la pistola. Miró a su alrededor y comprobando que nadie se podría acercar a él por detrás, abrió la puerta del coche y subió. Un suspiro de alivio se escapó de su garganta. Puso la llave en el contacto y cuando estaba por dar arranque, una sombra aparece en el asiento de atrás.
—Hola hermano, tanto tiempo –dice la mujer.
Una mano veloz con una gasa tapa la boca del hombre que en vano intenta tomar la pistola de la funda, ese segundo de claridad mental le dice que fue un estúpido al guardarla al entrar al auto, luego vino la obscuridad.
El auto polarizado del policía le dio la privacidad necesaria para realizar el trabajo, le llevó una media hora, más de lo que había imaginado al hablar por teléfono con él. Antes de bajar del auto, se quitó el mameluco de trabajo, la gorra que usan los médicos en la cabeza cuando operan, los guantes descartables y las botitas de cirugía que se puso sobre los zapatos. Sacó un rociador y esparció todo el líquido que tenía sobre las superficies que había tocado, con esto destruiría toda prueba por ADN que pudieran buscar. Aunque hallaran un pelo, este no serviría como muestra o prueba científica.
Ella sabía muy bien todo esto, como médica forense que había sido lo tenía bien claro.

lunes, 5 de noviembre de 2012

10° CAPITULO



Se bajó del avión y sintió todo el golpe del calor de Buenos Aires, la mano transpiraba en el bastón. Su investigación le llevó a la gran ciudad para averiguar sobre una sospecha que tenía.
Tomó su celular e hizo una breve llamada, mientras esperaba un taxi recordó la noche en donde el perseguido fue él. Ciertos detalles le daban vueltas en la cabeza.
Se hospedó en un hotel cerca de San Telmo, el dinero era lo de menos, necesitaba comodidad para descansar y pensar.
Luego de ducharse y comer algo en el hotel salió a la calle y caminó hasta una plaza cercana, mientras caminaba hasta ahí se maravilló con las vidrieras de las tiendas de antigüedades.
Compró un agua mineral y sentado en un banco a la sombra de unos árboles esperó a su contacto.
Cuando lo vio llegar sonrió, tenía el mismo andar bonachón que hacía cinco años atrás, su cara transpirada por el calor brillaba como las lámparas antiguas que vio en los negocios cercanos.
Cuando llego a él, se miraron unos segundos y se abrazaron con lágrimas en los ojos.
—Pensé que jamás volvería a verte — le dice riendo y dándole palmadas en la espalda.
—Yerba mala nunca muere —le contesta riéndose a carcajadas.
—Vení, vamos a tomar una cerveza enfrente —le invita el porteño.
Se sienta y el viejo compañero de armas pide unas cervezas y una pizza a la provenzal.
—Te acordás de mis gustos todavía eh.
—Perro viejo nunca cambia le contesta.
—Vos siempre con la remera de la Legión jaja. Che decime en que quilombo andas ahora. Pensé que después de lo que pasó aquella vez ibas a desaparecer para siempre. Ah leí tu libro, interesante. Casi pude sentir la frustración del detective.
—jaja —ríe atragantándose con la cerveza, lo que pasa es que tengo mucha imaginación.
— ¿Sabías que el tipo aún te sigue buscando? No se trago lo de la explosión del barco.
—Si lo sé, todos los años le mando una tarjeta para navidad.
—No cambias más vos.
—Cambiando de tema, necesito tu ayuda. Sé que como comisario tendrás muchos expedientes de asesinatos sin resolver. Quiero que me consigas uno en particular.
—A ver contame el tema.
—Cuerpos descuartizados sobre su cama, hombres solteros, posible asesino una mujer.
—Dejame pensar un poco.
Ambos comen de la pizza que rápidamente les habían servido.
—Como extrañaba la pizza de baires —dice suspirando el asesino mientras mira a su alrededor.
—Y mientras pensás, contame porque tenés a un tipo en aquella mesa observándonos.
— ¡Qué hijo de puta que sos, no se te escapa nada eh!
—Son años Luis, son años.
—Después de tanto tiempo inactivo imaginé que si venías era o porque estás hasta las manos, o yo estoy hasta las manos.
—Decile que se vaya, no es con vos la cosa negro. Sabes que sos la familia que no tuve.
—Lo sé, pero sabiendo tu profesión y la mía, nunca se sabe cuando alguien te ponga la guita grosa y vengas por mí —dice mirándolo a los ojos pidiéndole perdón con la mirada.
El hombre le hace una seña al que los miraba y este se va de la misma forma que apareció, de la nada.
— ¿Lo entrenaste vos? —le pregunta pensativo.
—No jaja, este es como vos, venía así ya, yo solo le limé las asperezas.
—Bueno, decime que sabés de eso.
—Mirá acá tuvimos mucho despelote con un caso parecido a lo que me dijiste. Hace diez años más o menos creo. Tendría que fijarme, pero es así como lo describís, la conclusión que llegamos es que tenía conocimientos de anatomía, al estilo cirujano, los cortes en los cuerpos eran limpios. La mayoría de los crímenes que se ven de ese estilo no son premeditados. Encontras los cuerpos casi serruchados, ante la falta de experiencia se nota por los intentos de tratar de cortar por las articulaciones, como cuando cortas un pollo y le errás. ¿Viste que quedan casi desmenuzados?
—Sí, me ha pasado. ¿Y que pasó?
—Nada, rajaron a un par de forenses por errarle en los informes de las autopsias. Corrió sangre aquella vez, el jefe estaba que trinaba. Porque uno de los tipos asesinados era su sobrino.
—ah mira vos.
— ¿Che y cuantos liquidó el asesino?
—La asesina —le corrige.
— ¿Así que vos pensás que era una mina?
—Sí, al principio pensaban que era un homosexual, la mayoría de los crímenes de ese estilo tienen dos tipos de perfil psicológico, o es homo o es mujer. Yo me tiré para ese lado.
— ¿Se llevaba trofeos?
—Creo que no, pero mañana me fijo en los expedientes. Quedó guardado como ya sabés. ¿Querés una copia?
—Eso me alegraría el día negrito.
— ¿Cuánto tiempo te quedás? —le pregunta mientras pide otra pizza y otra ronda de cervezas.
—No lo sé. El necesario, como siempre.
—A Gabriela le gustaría verte y los chicos seguro que se ponen como locos si saben que estás acá.
—Mirá Luis, prefiero que esta visita sea profesional, no quiero levantar sospechas alrededor tuyo —le dice mientras mira a su alrededor preocupado.
—Jaja, no te preocupes maricón, en unos meses me ascienden a jefe, seré intocable en la Side.
— ¡Qué pedazo de turro! Dejaste para el final contarme eso, siempre con las sorpresas vos. Así que te vas a la side, a pinchar teléfonos jaja. Te felicito che, te lo merecés y yo también jaja.
—Pensé que estabas retirado.
—Nunca se sabe, nunca se sabe.
La cerveza les iba aflojando la lengua y se sentían más distendidos. Hacía años que eran amigos, varias veces le salvó la vida al policía cuando eran jóvenes y él siempre le retribuyó pasándole datos y avisándole cuando era investigado.
Los dos tenían profesiones peligrosas, pero el comisario sabía que el solo asesinaba a personas que no merecían vivir. A veces es necesario mirar a otro lado.
—Ah me olvidaba, ¿Me lo firmás? —le dice mientras saca un libro de su cartera.
—Jaja no cambiás más negrito —le contesta entrecortado por la risa mientras saca una lapicera para firmarle “Asesino”, su libro.
—Avísame cuando tengas el expediente —le dice mientras lo abraza.
—Claro, no te preocupes, yo pago el almuerzo, la próxima pagas vos.
Toma su bastón y con esfuerzo camina de regreso por el mismo camino que tomo, da varias vueltas para asegurarse que nadie lo sigue hasta el hotel.
El comisario al verlo doblar en una esquina saca su teléfono y hace una llamada.
—Esta aquí —solo dice eso y corta la llamada.